En cuanto al chavismo oficial, debería de una vez por todas asumir una rotunda realidad: en tiempos de construcción de una Democracia Participativa es incongruente seguir haciendo esfuerzos por mantener viva a la máxima expresión de la representatividad (la democracia representativa: lo que está muriendo), de modo que lo único que hace deseable una victoria del PSUV-PCV no es la victoria en sí misma sino el impedir que la derecha gane. El 26 de septiembre en la noche yo no celebraré que el chavismo elija su centenar de burócratas (de los cuales varios saltarán la talanquera antes de 2012, estoy seguro), sino que la derecha antichavista conseguirá elegir menos burócratas, y que el PPT y Podemos serán barridos como fuerza política. Eso es lo único que me mantendrá pendiente de la elección y sus resultados.
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Desechado lo que pudiera ser el mayor motivo de preocupación para el chavismo (el ser derrotado o disminuido electoralmente), hay que concentrarse más en los posibles efectos inmediatos de esa posibilidad en la percepción que tiene la gente sobre el Gobierno, la Revolución y la reacción, y no en la discusión doméstica acerca de qué va a hacer la derecha con sus curules y privilegios burocráticos (por cierto, ellos sí saben usar el poder que da el ser diputado). En lo personal, creo que “eso” llamado Asamblea Nacional pasará a ser un asunto más dinámico y sabroso desde el punto de vista de la discusión y el espectáculo, pero no por ello algo útil. La institución llamada Asamblea Nacional es un espacio administrativo en decadencia y en proceso de desaparición. A los pobres votantes del antichavismo los han convencido de que desde las AN es posible resolver asuntos como la inseguridad, los apagones y la escasez de azúcar, y el chavismo ha replicado de manera insólita: diciendo que la AN sí sirve para eso, pero que los chavistas son más eficientes que los otros para lograrlo. Y se entiende: ninguno de los aspirantes a diputados, ni los funcionarios chavistas ni conspiradores antichavistas tiene los cojones, audacia o sentido de la responsabilidad histórica para reconocer ante la gente que esa institución no sirve para nada. Que los esfuerzos para elegir diputados sólo conseguirán meter gente en un cascarón vacío desde donde se produce mucho ruido y mucha muela (por algo se le llama “parlamento”: ahí la gente va es a hablar) y nada o casi nada der acción concreta.
Pero vaya que será interesante ver como la derecha antichavista obligará a sus adversarios (y colegas) diputados chavistas a ponerse creativos, a sacudirse las telerañas, a argumentar, replicar, contraatacar y sudar su maldito sueldo. Yo sí quiero ver a los chavistas aspirantes a líderes nacionales toreando y contragolpeando a la Machado, al Mendoza y otros bichos de uña que saben cómo discursear (y más nada sino eso). Por fin valdrá la pena sentarse a ver la televisora de la Asamblea para gozar un rato. Las sesiones y discusiones volverán a ser algo digno de verse y oírse, y juro que mi mayor expectativa será esperar el momento en que se caerán a coñazos, porque eso también va a suceder.
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¿Y si se produce la fantasía de una repetición del caso Honduras? No sucederá. Primero, porque la derecha antichavista no logrará la mayoría de los escaños, y segundo porque un golpe como el de Honduras necesita, además de diputados, una porción de pueblo, una fuerza armada golpista y un poder judicial entregado al poder económico. Aquí no va a pasar lo que pasó en Honduras.
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Las páginas web, los foros y blogs de la derecha y todas sus variantes y escalas en el espectro del comemierdismo burgués y clasemedia se han desatado por estos días a mostrar señales de su auténtico motor interior. Ellos dicen que los mueve el amor a la democracia y el anhelo de libertad, el derecho a la paz y a la calidad de vida, pero la realidad se les chorrea de la siguiente forma: arremetiendo contra el origen y formación de Nicolás Maduro. A las clases altas y medias (y no sólo al antichavismo, por cierto) les molesta, les duele, asquea, repugna, atormenta y enerva, el hecho de que el canciller de Venezuela sea un autobusero. Ellos, que creen en la democracia, sigen suspiranmdo por un “diplomático de carrera” que no pase pena en los banquetes porque ya aprendió a hablar, pensar y moverse como francés. Esto parece un asunto cosmético y circunstancial pero en realidad apunta y muestra al fondo del problema: aquí sigue creciendo la brecha clasista que nos hace distintos a unos y otros. Es decir, a ellos les perturba el asunto que a nosotros nos enorgullece: por eso es genuino decir que estamos en guerra. Ellos dicen que aman la democracia pero creen que el país debe ser representado por aristócratas. Esa es la esencia de la discusión que debe sobrevenir: el tipo de país y de sociedad que ellos quieren, y el que queremos nosotros. Los sueños nuestros versus los de ellos: esa es la pelea que debe ocuparnos, y no el episodio medio pendejo acerca de si lograremos 110 diputados o más.
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¿Qué haré entonces el 26 de septiembre? Primero, votar en el 23 de Enero (Caracas) por los candidatos del PSUV, nominales y en lista, y por la tarjeta del PCV al Parlatino. Luego, volar a El Cogollo (Cojedes) para transportar gente a sus centros de votación. Hay más de 70 por ciento de chavistas allí, pero para votar necesitan caminar dos horas. Esa será mi tarea: vencer el obstáculo de la enorme ladilla que debe darles el realizar esa proeza.
¿Y después del 26? Pues a lo mismo: seguir discutiendo en términos de clase, de país, de sociedad y de planeta, y no desvelarme por la efectividad de los señores diputados. Allá ellos y lo que piensan hacer con sus cargos.