Vista en perspectiva, la situación resulta interesante, y para las almas descuidadas pudiera resultar también sana: aquel combo de momias que antes se reunía sólo para sobarse mutuamente el ombligo ahora le han encontrado una razón de ser a sus reuniones periódicas: luchar contra Chávez y contra el comunismo. Ganada la lucha contra el ocio. Y algo más: ha servido este “renacer” de la SIP para que algunos venezolanos antichavistas viajen como nunca antes, se den a conocer allá afuera, vendan en los auditorios mayameros una imagen seductora de perseguidos: ¡qué atractivo resulta para la gusanera un bichito empaltosao asegurando en público que Chávez lo quiere matar, cará!
Pero para nosotros, curiosos vigilantes de las andadas de la derecha convertida en show ambulante, la situación tiene otro valor: cada vez va quedando más claro que las fuerzas que se han activado contra Venezuela y contra el relanzamiento de nuestra identidad, no son fuerzas que ejercen una oposición digna que reacciona desde lo latinoamericano, sino simples piezas de las cuales se vale Estados Unidos para intentar permanecer aquí en plan de dueños de almas y riquezas. Triste rol el de las marionetas.
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Mi percepción del asunto era, grosso modo: “es mentira que los dueños y directivos de los medios sean responsables de lo que dicen y hacen sus periodistas: éstos saben lo que dicen, saben cuál es la función de sus manipulaciones y mentiras en la guerra actualmente en curso”. Debo rectificar en este momento, y precisar que, aunque cada uno de ellos debe (o deberá, o debería: la impunidad es el mayor privilegio de la derecha y el sifrinaje de este país) responder por sus crímenes contra el país, contra el periodismo, contra el honor de las personas y contra la verdad, es preciso establecer diferencias, sobre todo de jerarquía, entre los payasos y los dueños del circo. Cierto que más de un payaso ha escalado posiciones, pero siempre hay que saber distinguir entre el maquiavelismo y el comemierdismo más pueril; entre la mente avezada que sabe cuánto daño puede hacer su discurso, y el pobre pendejo que se lanzará a asaltar a Miraflores creyendo que al frente de la tropa marchan sus comandantes (no, nadie recuerda ya el 11 de abril).
En concreto: hay diferencias claras entre el papel conspirativo de Nelson Bocaranda y el gafo del Unai Amenábar; no es lo mismo la histeria ilustrada de Marta Colomina que la histeria mongólica de las reporteras y anclas de Globovisión; no están en el mismo paquete el refinamiento cortesano y jalabolas de Julio César Pineda y la falsa sabiduría, tirando a retraso mental severo, de la redacción de El Universal en pleno; no es lo mismo un rolitranco e Teodoro como el Petkoff o un increíblemente Roberto como el Giusti, y un pobrecito Osío como el Cabrices. Si le echan bolas, los segundos pudieran llegar a ser como los otros en el futuro. Pero todo parece indicar que no será así: güevón es güevón de nacimiento y así se queda hasta que se muera.
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En ese abismo cualitativo que existe entre uno y otro grupos pergeña una fauna de bolsas, atorrantes, mojoneaos y trepadores de oficio, militantes o herederos de aquella generación boba que mancilló a los 80, y que hoy hace el papel de segundona por mucho que se disfrace de protagonista. Algunos de ellos conducen programas muy vistos o escuchados en su círculo social, escriben a veces, se dejan ver en fiestas, cocteles o algún que otro foro. Son esos infelices que no fueron tan bien formados como para ser manipuladores estelares tipo Petkoff, Giusti o Bocaranda, pero están un poquito por encima de los reporteros rasos que repiten como loros y nada más que eso. Tienen hasta nombre: César Miguel Rondón, Elizabeth Fuentes, Kico y sus dos cauchos de repuesto, el Miguelito de RCTV, la María Párraga.
Los tres grupos han perpetrado infinitas coñoemadrías desde sus tribunas propias o prestadas, y seguirán perpetrándolas. Y el Gobierno, a estas alturas, está atado de manos: o permite que estos sujetos y sus jefes lo llenen de sombras, o le caerá encima una acusación de genocidio si intenta un día darle un palmetazo en el dorso de la mano a alguna de estas joyas.
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La SIP suele implorarle a la OEA que “vigile a Venezuela”. Y “vigilar”, en ese organismo que todavía le tiembla a Norteamérica aunque ya se hayan atrevido a votar contra algunas de sus propuestas, significa enviar aparatos gringos para que vengan a acabar con esto a cañonazos. Tan predecibles son que ya sabemos qué ocurrirá durante su reunión acá en Caracas: seguirán reforzando la fábula de que en Venezuela no hay libertad de expresión y que los periodistas son perseguidos. A nosotros aquí dentro nos da risa porque vemos y sabemos qué cosas ocurren en realidad en materia de prensa. Pero allá afuera hay gente emocionadísima porque, interesada como está en hacer ver que esto es una dictadura, ha encontrado en los propagandistas del martirio unos agentes importantes de preparadores del escenario final: mientras haya un Globovisión y unos alegres viajeros diciendo que aquí la cultura y los intereses gringos están en peligro, habrá allá quien les financie la lengua y las mentiras.